El sistema energético mundial está experimentando una transformación profunda, impulsada por el cambio climático y la seguridad energética en un entorno geopolítico incierto. Este cambio, respaldado por inversiones en energías renovables que alcanzarán los 2 billones de dólares en 2023, casi duplica el gasto destinado a combustibles fósiles.
Más allá de los beneficios medioambientales, esta transición fomenta la creación de empleo en energías limpias, impulsa el PIB y reduce la dependencia de los volátiles mercados de combustibles fósiles. Esta nueva fase del sistema energético mundial también pone de manifiesto la oportunidad de reestructurar las economías hacia una mayor sostenibilidad y eficiencia en el uso de recursos.
La transición ecológica tiene el potencial de definir el crecimiento del siglo XXI. Sin embargo, para materializarla, se requieren esfuerzos globales coordinados, marcos políticos sólidos y una financiación verde eficaz para garantizar resultados equitativos. En este sentido, dos son los motores de este cambio: la crisis climática y el calentamiento global, y la seguridad energética ante riesgos geopolíticos.
La crisis climática y el calentamiento global
La creciente frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos y el aumento de las temperaturas globales han acelerado la necesidad de acción internacional. El Acuerdo de París de 2015, firmado por 196 naciones, compromete a limitar el calentamiento por debajo de los 1,5 °C. Sin embargo, el informe Perspectivas de la Energía en el Mundo 2024 de la AIE (Agencia Internacional de la Energía) advierte que, sin medidas adicionales, se alcanzarán 2,4 °C.
Para mitigar estos riesgos, es esencial avanzar hacia fuentes de bajas emisiones. Las tecnologías limpias, cada vez más rentables, son una alternativa clara a los combustibles fósiles. Aunque la disminución en el uso de combustibles fósiles puede deprimir temporalmente los precios, este ciclo se revierte, con costes más elevados y graves consecuencias medioambientales. Por el contrario, las energías renovables ofrecen estabilidad, reduciendo la exposición a la voluntad de los mercados de commodities, al tiempo que aportan beneficios duraderos para las personas y el planeta.
Seguridad energética en medio de riesgos geopolíticos
Las tensiones geopolíticas, especialmente en regiones productoras de energía como Oriente Medio y Europa del Este, subrayan la fragilidad de las cadenas de suministro. Las tecnologías energéticas limpias ofrecen una solución estratégica al reducir la dependencia de las importaciones de combustibles fósiles. Según la AIE, los sistemas de energías renovables proporcionan independencia energética a largo plazo. Por ejemplo, un cargamento de paneles solares puede generar la misma cantidad de electricidad como 50 cargamentos de gas natural o 100 de carbón
Las fuentes de energía renovable, como la solar y la eólica, son locales y accesibles, lo que reduce la exposición a riesgos geopolíticos y conflictos armados en países exportadores de energía. Esta independencia energética no solo fortalece la seguridad nacional, sino que también ofrece estabilidad económica al disminuir la volatilidad de los precios internacionales de los combustibles fósiles.
Cooperación mundial y compromisos políticos
La cooperación internacional es crucial para acelerar la transición energética. Aunque queda trabajo por hacer, la COP28 (Dubái, 2023) y la COP29 (Bakú, 2024) marcaron avances significativos:
En la COP28, los países acordaron abandonar progresivamente los combustibles fósiles, triplicar la capacidad de generación de energías renovables para 2030 y duplicar las mejoras en eficiencia energética. También se destacó la importancia de acelerar tecnologías de bajas emisiones como las energías renovables y la captura de carbono. Estos acuerdos refuerzan el compromiso de la comunidad internacional para cumplir con los objetivos climáticos y evitar las peores consecuencias del cambio climático.
Asimismo, la COP29 profundizó en desafíos críticos, señalando que no hay transición sin transmisión. Aunque en 2023 se añadieron 670 GW de capacidad renovable, 3.000 GW permanecen desaprovechados por falta de redes robustas.
Para superar esta barrera, la COP29 impulsó el Compromiso Mundial de Almacenamiento de Energía y Redes, que busca alcanzar una capacidad de almacenamiento de 1.500 GW para 2030, con 1.200 GW provenientes de baterías. También se proyecta la construcción de 25 millones de kilómetros de redes eléctricas para 2030. Estas acciones buscan resolver la falta de inversión histórica en infraestructura, asegurando que la energía limpia pueda ser transportada eficientemente y utilizada de manera óptima.
Por último, la Declaración sobre el Hidrógeno posicionó a este elemento como clave en la transición hacia un futuro descarbonizado, estableciendo regulaciones globales para su producción limpia y su adopción en sectores como la industria pesada y el transporte.
De hecho, una de las conclusiones más importantes de la COP29 fue la necesidad de movilizar capital para una transición energética justa y equitativa. El éxito de este proceso depende de la capacidad de los gobiernos y del sector financiero para liberar el potencial económico que respalde proyectos sostenibles.
Incentivar las soluciones climáticas es fundamental. Los gobiernos deben establecer condiciones favorables que faciliten la atracción de inversiones hacia proyectos sostenibles. Medidas como incentivos fiscales y subsidios son clave para canalizar recursos hacia energías limpias.
Asimismo, la transparencia financiera es crucial para acelerar la transición. La obligatoriedad de divulgar información climática en los informes permite a los inversores tomar decisiones informadas, alineando sus carteras con objetivos de sostenibilidad. La publicación de datos sobre el impacto ambiental y emisiones proporciona mayor visibilidad y confianza en los mercados financieros.
Reducir los riesgos financieros asociados a las inversiones en energía limpia es esencial. Políticas como garantías estatales y mecanismos de cobertura fomentan la participación del sector privado, minimizando la incertidumbre económica.
Por último, es importante desarrollar hojas de ruta de descarbonización, alineadas con los objetivos climáticos nacionales e internacionales. Estas guías facilitarán la planificación y permitirán a los inversores anticipar oportunidades, acelerando la transición hacia una economía baja en carbono.
This article was first published on El Español