La nueva métrica del capital verde: el carbono como indicador de rendimiento

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A medida que el reloj climático avanza con creciente urgencia, los bonos verdes, durante años considerados el buque insignia de las finanzas sostenibles, parecen estar listos para dar un nuevo paso en su evolución. En 2025, el mercado global de bonos verdes, sociales y sostenibles (GSS) superó los 5,5 billones de dólares en emisiones acumuladas. Solo los bonos verdes representaron más de la mitad del total, confirmando su papel central en la transición ecológica.

Con más de un billón de dólares previstos en nuevas emisiones este año, la gran pregunta en los círculos financieros es cómo mantener ese impulso. La respuesta ya no reside únicamente en el volumen. La clave está en la calidad y, sobre todo, en la transparencia. En este contexto, los datos de carbono se perfilan como el siguiente motor de transformación.

Un nuevo estándar de medición para las finanzas sostenibles 

La evolución de la divulgación en el ámbito de las finanzas verdes ha sido notable. Desde el primer bono de concienciación climática emitido por el Banco Europeo de Inversiones en 2007 hasta los actuales marcos normativos, los avances han sido profundos. Los Principios de Bonos Verdes (GBP) de la ICMA y sus guías de reporte de impacto, actualizadas en 2024, han sido fundamentales para consolidar la confianza de los inversores. También el Estándar Europeo de Bonos Verdes (EUGBS), en vigor desde diciembre de 2024, ha ganado tracción. En 2025, al menos cinco emisores lo han adoptado, destinando más del 85 % de los fondos a actividades alineadas con la Taxonomía de la UE.

Sin embargo, el enfoque tradicional basado en indicadores como los megavatios generados o los metros cúbicos de agua ahorrados empieza a mostrar limitaciones. Aunque útiles, estas métricas carecen de comparabilidad entre emisores, sectores o geografías. En un mercado cada vez más sofisticado, urge un criterio uniforme que permita medir con precisión el impacto climático.

La huella de carbono como brújula de impacto 

Medir la reducción de CO₂ por euro invertido representa un salto cualitativo. La huella de carbono se convierte así en una herramienta poderosa para evaluar la eficiencia climática de una inversión. Este enfoque no solo mejora la transparencia, sino que permite a los inversores comparar bonos verdes entre sí y frente a emisiones convencionales, priorizando aquellos que ofrecen mayor retorno ambiental por unidad de capital.

La diferencia entre los informes de impacto tradicionales y este nuevo enfoque es clara. Mientras los primeros muestran beneficios absolutos —como las toneladas de CO₂ evitadas por un parque eólico—, la huella de carbono añade una dimensión fundamental: cuánto CO₂ se evita por cada millón de euros invertido. Esta es la información realmente valiosa para el inversor que busca maximizar el efecto positivo de su capital.

El caso de ENBW: eficiencia climática con datos 

Un ejemplo ilustrativo es el de ENBW, proveedor energético alemán. La empresa ha utilizado sus bonos verdes para financiar proyectos eólicos que presentan una huella de carbono significativamente más baja que sus bonos convencionales. Analizar el impacto de estas emisiones en términos de toneladas de CO₂ equivalente por millón de euros permite visualizar de forma precisa la eficiencia climática alcanzada.

Este tipo de comparaciones no solo ayuda a identificar qué proyectos son sostenibles, sino también cuán sostenibles son y con qué grado de eficacia se utiliza el capital disponible.

Hacia una estandarización global de métricas

Para integrar plenamente esta metodología en el análisis financiero, es fundamental avanzar hacia marcos armonizados. Organismos como ICMA ya trabajan en estandarizar el cálculo de emisiones evitadas y los métodos de evaluación del ciclo de vida. El objetivo es complementar los relatos cualitativos con datos cuantitativos útiles, que permitan alinear las carteras de inversión con los compromisos climáticos globales.

La medición de la huella de carbono representa una vía sólida hacia una mayor rendición de cuentas y una comparabilidad real entre emisiones. Ambas son condiciones indispensables para construir un mercado verde más maduro y eficaz.

Los bonos verdes fueron el punto de partida de las finanzas climáticas. Hoy, los datos de carbono tienen el potencial de convertirse en el eje que guíe su evolución futura.